lunes, 11 de abril de 2011

El Hombre y su cuerpo

ÁREA: Antropología Filosófica.
TÍTULO de la COMUNICACIÓN: El hombre y su cuerpo. ¿Humanización o violencia?
Autor: Rubén L. VASCONI
Institución a la que pertenece: Facultad de Humanidades y Artes. UNR.

            El tema de nuestra comunicación es el siguiente: el hombre nunca ha aceptado su cuerpo como un hecho natural e inmodificable. Opera sobre él y, ejerciendo cierta violencia, lo transforma y lo convierte en un cuerpo humano.
            Veamos algunos ejemplos de estas operaciones. El hombre a su cuerpo:
            a - lo viste. La Antropología Social no ha encontrado seres humanos desnudos. Desde luego, lo que se entiende por vestirse, es muy variado. El hombre a su cuerpo lo cubre con telas hechas de fibras naturales o sintéticas, rayas de diferentes colores, pieles, plumas, ajorcas o collares.
            b - lo deforma, transformando con tablas la forma de la cabeza, estirando con discos de madera los labios, o con aros metálicos el cuello, o con pesas los lóbulos de las orejas, aumentando o disminuyendo el tamaño de ciertas partes introduciendo siliconas o extrayendo grasa, tallando en punta la forma de los dientes.
            c - Además, el hombre, a su cuerpo lo entrena. El antropólogo francés, Marcel Mauss mostró en un trabajo clásico de la década del treinta, Las técnicas del cuerpo, cuántas formas distintas hay de caminar, correr, nadar, dormir o comer. Éstas no son actividades "naturales" sino aprendidas y adquiridas después de un arduo ejercicio.
            Marcel Mauss, nos cuenta como surgió la idea que orientó sus investigaciones. Mientras se encontraba en Nueva York, enfermó y debió ser hospitalizado. Desde la cama miraba pasar a las enfermeras y se sorprendió ante su manera de caminar. ¿Dónde había visto a las mujeres moverse de ese modo? En las películas de Hollywood. Mirando estas películas, las enfermeras habían aprendido a caminar de una manera particular.
            De regreso a Francia, descubrió que también las francesas empezaban a caminar de ese modo. A partir de allí inició las investigaciones sistemáticas. Así, observó cómo las madres maoríes enseñaban a sus hijas a practicar el "onioi", un andar ondulante y cadencioso considerado muy elegante en aquel mundo. Correspondería a lo que en nuestra cultura tradicional llamaríamos aprender a moverse y caminar como una "señorita".
            Convertido ya en un observador experimentado, decía Mauss que podía adivinar si una muchacha había sido educada en un convento por el modo de llevar las manos al desplazarse. ¿Acaso no distinguimos desde lejos, en una película por ejemplo, si quien camina en el horizonte es un chino, un monje o un cowboy? Y, sin embargo, ¿no tienen los mismos huesos, músculos y articulaciones en sus piernas? Sin duda, pero cada uno ha aprendido a moverse, es decir, a usar sus miembros de un modo diferente.
            Suponemos que es natural dormir acostados y si es posible en una cama con colchón y almohada. Sin embargo, los Masai, un pueblo ganadero del África, duermen cómodamente de pie, apoyados en su lanza.
            ¿Cuánto puede correr un cuerpo entrenado? Hay pueblos sentados, como nosotros, caminadores y corredores. La tribu hopi norteamericana decidió presentar una protesta ante el gobierno de Washington porque no se le permitía utilizar alcohol en ciertas ceremonias religiosas. Una delegación partió de la reservación, cubrió corriendo los 400 Km. que los separaban de la capital, entregó el petitorio y regresó del mismo modo. Marcel Mauss confiesa que nunca había visto corredores semejantes. Pero sería interesante saber qué les ocurriría a estos hopi si los sentásemos ocho horas seguidas ante un libro. Un entrenamiento en una dirección engendra un cuerpo que se especializa en esta práctica, naturalmente en detrimento de otras.
            d - Por último el hombre, a su cuerpo, no sólo lo viste, deforma y entrena sino que, también, lo arregla. Corta y peina de diferentes maneras su cabello y barba, realiza gimnasia modeladora, imprime tatuajes en su piel o enfrenta dolorosas cirugías estéticas. También se somete a dietas para adelgazar o engordar. (Recordemos al respecto las "casas de engorde" donde pasan un año las señoritas casaderas de ciertas tribus africanas. Sometidas a la inmovilidad y a una dieta especial, al cabo de ese tiempo reaparecen como obesas bellezas por las que se desviven los jóvenes de la tribu).

            Todo esto nos sugiere una imagen del cuerpo muy distinta de la propuesta por Descartes. Éste elaboró esa idea que se ha impuesto en la ciencia moderna. El cuerpo es una máquina de carne y huesos, eso que vemos cuando practicamos la disección de un cadáver.
            Como en toda máquina, su funcionamiento depende de la forma de las piezas que la componen. El corazón es una bomba y hace circular la sangre porque tiene válvulas dispuestas de tal modo y no de otro. Los riñones son filtros y cumplen esta función por la estructura de los tejidos de que están hechos. Como toda máquina este cuerpo es rígido, su funcionamiento está estrechamente acotado dentro de límites muy precisos.
            Ahora, en cambio, y gracias a las ciencias humanas, nos vamos familiarizando con otra idea del cuerpo. Éste se nos hace presente, no tanto como una máquina rígida, sino como una masa plástica abierta a infinitas posibilidades.
            Pero además, y éste es el rasgo que deseamos destacar, este cuerpo vestido, deformado, adornado, entrenado, modelado, se ha convertido en un cuerpo humano (ya no un mero hecho natural). Y al decir un cuerpo humano queremos decir: un cuerpo histórico y significativo, un cuerpo que siempre "dice algo".
            Si teniendo que dictar una conferencia me hiciese presente con un traje gris, corbata al tono, cabello corto y zapatos lustrados, habría querido decir que, ingresando en la tercera edad, soy un profesor de mentalidad conservadora. Pero si me hubiese presentado con un par de jeans gastados, zapatillas con los cordones sin atar, barba de una semana y camisa con los tres botones superiores desprendidos, es decir, cuidadosamente sucio y descuidado, estaría igualmente bien vestido, sólo que querría decir que soy un profesor rebelde y contestatario.
            Antes de pronunciar una sola palabra he hablado con mi manera de caminar, la disposición de mi cabello, los tatuajes..., es decir, con mi cuerpo. El lenguaje articulado no hace más que continuar este discurso de la figura, los gestos y el movimiento corporal.
            No hay actitudes naturales y espontáneas. No pensemos que los adolescentes que se desparraman en el asiento no han aprendido a sentarse. Han practicado largamente estas posiciones y todos entendemos lo que quieren decir con ellas.
            He observado atentamente a mi nieto mayor que, según la madre, está siempre despeinado. Se coloca un gel en la palma de la mano, lo distribuye por toda la cabeza y comienza frente al espejo una serie de maniobras con los dedos, de abajo hacia arriba y de atrás para adelante. En el tiempo que le insume despeinarse yo me habría peinado diez veces. Pero ese aparente desorden de su cabeza es lo que claramente lo identifica con su grupo: ese cabello quiere decir que...
            Si camino mirando el suelo y con las manos dentro de las mangas, quiero decir que soy un monje; por el porte, la mirada y las plumas que llevo en la cabeza, quiero decir que soy un guerrero; los tatuajes de mi piel hacen conocer a los demás la tribu a la que pertenezco y mi jerarquía dentro de ella.
            Así, el hombre hace de su cuerpo un cuerpo humano, es decir: significativo, histórico, portador de mensajes.
            Ahora bien, esta humanización, ¿no será también una violencia? Pero, ¿violencia contra qué? ¿Contra la naturaleza y el comportamiento natural? ¿Es que hay algo natural? ¿Es más natural comer con la boca cerrada o abierta? ¿Eructar o no después de haber comido?
            ¿Cuál sería un cuerpo natural? ¿El del bebé, que no tiene ningún control sobre sus funciones, es decir, no ejerce ninguna violencia sobre su cuerpo? Pero un adulto que se comportase con la "naturalidad" del bebé sería un sujeto repugnante. Más que un hombre natural sería un ser prehumano.
            (Dejemos desde luego de lado los casos en que una conducta de ese tipo se asume deliberadamente en la forma de una ideología contracultural, como parece haber sido entre los cínicos seguidores de Diógenes de Sínope. Porque en ellos, comer con las manos o defecar a la vista de todo el mundo, no era algo espontáneo y natural sino la expresión de una muy meditada propuesta filosófica inspirada en ciertos rasgos socráticos. Era, como toda conducta humana, un mensaje).
            Operar sobre el propio cuerpo, ¿hasta dónde es humanización? ¿Hasta dónde es violencia? Parecería que aprender a caminar como una señorita es humanización y estirarse el cuello o los lóbulos de las orejas es violencia. ¿Con qué criterio marcaríamos esta diferencia? ¿Diríamos que es violencia cuando atenta contra la salud? ¿Deformarse la cabeza con tablas o usar corsé, por ejemplo?
            Pero, ¿es la salud un valor tan alto que pueda usarse como criterio para decidir qué debemos ser y cómo debemos vivir? Es verdad que la época presente tiene un profundo aprecio por la salud dentro de esa trilogía de valores supremos: hay que ser lindo, joven y sano, más aún, atlético. Pero nuestra época representa en ese aspecto una excepción de poca importancia. En general, la salud sólo ha interesado a los enfermos. Los hombres que viven realmente no se han preocupado por ella: el héroe piensa en la gloria, no en la salud; el asceta piensa en la salvación de su alma, no en la salud; el artista piensa en su obra, no en la salud; los poetas románticos del siglo pasado estaban orgullosos de su palidez cadavérica porque este cuerpo macilento expresaba la sublimidad de su espíritu. Y el hombre y la mujer comunes, piensan ante todo en ser aceptados por los demás, en no ser ridículos, y si esto requiriera atravesarse la nariz con un hueso nadie dudaría en hacerlo.
            ¿Qué es humanización? ¿Cuándo se convierte en violencia? El hombre se humaniza distanciándose de la naturaleza y, en cierta manera, violentando la naturaleza, tanto la exterior como la propia. Pero a pesar de su esfuerzo de distanciamiento, sigue el hombre teniendo su raíz en la naturaleza. Y esta raíz nos exige que el cuerpo, asumido, humanizado, no sea tan extremadamente violentado que terminemos con su destrucción. Cierta razonable y sensata moderación debiera orientarnos. Pero, ¿hay un límite preciso que divida la humanización y la violencia? Seguramente no.
            Como ocurre en casi todos los problemas humanos, difícilmente una fórmula definitiva pueda resolverlos de una manera total.

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