jueves, 5 de mayo de 2011

La Idea del Hombre (FICHA Nº 3)

Dr. Rubén VASCONI
LA IDEA DEL HOMBRE
INTRODUCCIÓN
            Partiremos en esta exposición del siguiente hecho: el hombre no sólo existe, como el vegetal o la piedra sino que sabe que existe y al mismo tiempo se comprende siempre a sí mismo de algún modo. Todo hombre puede, con más o menos claridad, responder a la pregunta: ¿Qué es ser hombre?
            Es decir, posee más o menos conscientemente una idea de su ser hombre y esta idea constituye el paradigma sobre el cual va configurando su vida. Así, cada hombre - o cada grupo humano porque esta idea es regularmente compartida por la comunidad - llega a ser lo que es a partir de la idea de hombre que orienta su existencia.
            Mostraremos sintéticamente las ideas fundamentales que el hombre se ha forjado acerca de sí mismo y sobre cuya base ha ido tomando diferentes figuras. Veremos como en cada una de estas ideas se define por una cierta relación con el mundo natural y humano.
            Observemos, ante todo, que cuando nos preguntamos por nuestro ser surgen dos evidencias igualmente fuertes pero contrapuestas. Todo hombre siente:
            a) Ser un yo, es decir, un individuo, sujeto con nombre propio, distinto de los demás hombres y del mundo. Como distinto, separado, distante.
            Este ser distante de toda realidad hace del yo un ser solitario pero esta soledad es la condición de mi libertad. Sólo si logro cortar todos los lazos que me atan a los demás y al mundo, puedo disponer de mi vida a mi antojo.
            b) Pero, por otro lado, siente pertenecer, ser parte de su familia, grupo de amigos, de su comunidad nacional y, en última instancia, parte del mundo. Esta pertenencia, sobre todo a una comunidad humana, amortigua mi soledad, me protege y brinda seguridad. Pero esta seguridad la pago al precio de una disminución de mi libertad. Atado por lazos de lealtad al grupo al que pertenezco, ya no puedo disponer caprichosamente de mi vida.
            Veremos como en la historia del pensamiento el hombre ha comenzado por afirmar su pertenencia para después, progresivamente, acentuar la distancia y la libertad.
            DESARROLLO: Las figuras del hombre
            1. El hombre se piensa a sí mismo como parte del mundo
            Esta es, históricamente, la primera figura Pero que sea la primera no significa que haya perdido su validez y relegada al pasado. Las grandes concepciones filosóficas, como las grandes creaciones estéticas, permanecen como modelos válidos. Esta idea ha sido restaurada en algunos de sus aspectos por movimientos contemporáneos, como los ecologistas, por ejemplo.
            Según esta visión, el hombre está constituido por la misma sustancia de que está formado todo lo real.
            Hecha esta aclaración, pasemos a detallar, sobre la base de algunos ejemplos, esta concepción del hombre.
            a) En el pensamiento arcaico:
            Antes de que los hombres tuviesen conocimiento acerca de cómo se realizaba la concepción, suponían que los hombres - como todos los vivientes - se formaban en las grutas, en las hendiduras de las piedras, fuentes o matorrales. De allí, se insertaban en un estado larval en el vientre de una mujer para terminar de madurar pero, en el fondo, todos los vivientes eran hermanos en cuanto hijos de la fecunda Madre Tierra. Esto implica una solidaridad profunda de la vida que se extiende a través de sus diferentes formas y hace comprensibles las más extrañas metamorfosis  ya que ninguna barrera infranqueable separa las distintas especies de vivientes.
            A esta concepción del hombre como brotado de la Madre Tierra corresponden ciertos rituales mortuorios. Aquí, es fundamental la inhumación del cadáver, devolverlo a la Madre Tierra para que lo revivifique y lo retorne a la vida.
            La tierra puede ser el suelo que pisamos pero puede tomar una forma más abstracta e identificarse con el cosmos. El ritual mortuorio es entonces la incineración, como forma de devolver el  hombre al cosmos para que éste lo devuelva a la vida. Es ésta una concepción frecuente en el pensamiento hindú. La incineración va acompañada de una plegaria: "Tu aliento va hacia el viento, tu oído hacia los cuatro puntos cardinales, tus huesos vuelven a la tierra..." (Aitareya Brahamana, II,6,13).
            b) En el pensamiento filosófico clásico:
            Cuando en el siglo VII a.C. se inicia en Grecia el pensamiento racional, la idea arcaica es reelaborada  pero no se la transforma radicalmente.
            Tomemos el ejemplo de Empédocles de Agrigento: Todas las cosas están formadas por una mezcla de tierra, agua, aire y fuego. Desde luego, también el hombre está formado de este modo. Y esta identidad de naturaleza con el cosmos fundamenta la posibilidad de que el hombre tenga familiaridad con todas las cosas y pueda conocerlas. Así, dice el frag. 109: "Pues con la tierra vemos la tierra, con el agua, el agua, por el aire vemos el aire brillante y por el fuego, el fuego que devora".
            Aun avanzada la antigüedad, encontramos en el siglo II de nuestra era, este hermoso texto de Marco Aurelio Antonino, el emperador estoico romano: "Yo recorro las etapas fijadas por la naturaleza (Physis) hasta que caiga y repose, cuando devuelva mi soplo a este aire que respiro todos los días, cuando caiga sobre la tierra de donde mi padre ha tomado mi germen, mi madre mi sangre, mi nodriza su leche, que me da diariamente, después de tantos años mi alimento y mi bebida, que me soporta cuando camino y de la cual recibo tantos beneficios" (A sí mismo, V-4).
            Si de la tierra mi padre tomó mi germen, mi madre mi sangre, mi nodriza su leche... ¿qué soy yo, en última instancia, sino tierra que se levanta? Marco Aurelio tiene de sí mismo una imagen casi vegetal, como el árbol que brota de la tierra, cae, se disuelve y se hace tierra y de su disolución brota un nuevo árbol. "Tú has sido formado como una parte - se dice a sí mismo - ; te desvanecerás en lo que te ha dado nacimiento o, más bien, serás retomado en su razón generadora (logos spermatikós) por transformación" (Ibid, IV-14)
            Observemos de paso como la fecunda Madre Tierra, fuente de la que brota toda realidad, ha sido reelaborada  intelectualmente, se ha transformado en Physis, logos spermatikós, pero su sentido profundo sigue siendo el mismo.
            Esta idea según la cual el hombre, formado de la misma sustancia del mundo, goza de una familiaridad con todo lo real, encuentra su elaboración más completa en los dos grandes pensadores clásicos: Platón (427-347) y Aristóteles (384-322). Para ambos el hombre es un microcosmos, un pequeño universo que contiene en sí todas las instancias de lo real y al mismo tiempo un puesto fijo y definido en el seno de lo real.
            Empecemos por Platón que sostiene un rígido dualismo. Para él, lo real está constituido por dos instancias contrapuestas, dos mundos que se superponen: el mundo material que nos es accesible por los sentidos (mundo sensible) y un mundo de naturaleza inmaterial al que sólo nos permite penetrar nuestra inteligencia (mundo inteligible).
            El hombre se encuentra a mitad camino entre ambos mundos. Por el alma se vincula al mundo espiritual, divino y eterno. Por el cuerpo se inserta en lo material, caduco e imperfecto. Hay así en el hombre una tensión constitutiva porque cada dimensión de su ser - cuerpo y alma - busca aquello que le es afín. Toda la psicología y la ética platónica se apoyan en esta antropología dualista.
            Aristóteles sustituye el dualismo por la idea de jerarquía. Encontramos en el mundo diferentes niveles de realidad (minerales, vegetales, animales y así subiendo hasta lo Divino que está más allá del mundo visible).
            Estos mismos niveles se dan en el hombre que tiene los elementos minerales y la vida sensitiva y vegetativa, propias de los animales y las plantas pero además la vida racional que lo vincula a lo divino. Así de nuevo, con Aristóteles, el hombre tiene una profunda consustancialidad, unidad de naturaleza, con el mundo.
            Esta misma pertenencia al mundo se reitera cuando el hombre piensa su relación con el mundo social. Antes que un sujeto autónomo se considera como parte de una comunidad (en el planteo griego: como ciudadano). Sólo en el seno de esta comunidad es posible llevar a cabo una vida plenamente humana.
            Consideremos como ejemplo los análisis realizados en La República, por Platón.
            La polis tiene su origen en que ningún hombre se basta a sí mismo para satisfacer todas sus necesidades. Conforme a su naturaleza, que como conjunto de aptitudes lo predispone a ejercer una cierta función o actividad, se vinculará con los demás hombres intercambiando los productos de su trabajo, lo que, dicho sea de paso, supondrá el mercado como lugar de intercambio y centro de la vida de la polis.
            Pero la polis no se agota en la actividad económica. Habrá que pensar también en la guerra y en el ejercicio del gobierno, funciones que deberán ser cumplidas por aquellos que tengan una naturaleza adecuada para realizarlas eficazmente.
            Ajustándose al orden natural, la polis se habrá de dividir en tres grandes grupos que conforme a su naturaleza ejercerán la función que les sea propia. Aquellos que estén dotados de una naturaleza valerosa, tendrán como función la guerra y la defensa de sus conciudadanos; los que se caractericen por una naturaleza sapiente y reflexiva, ejercerán el gobierno ya que, conocedores del bien y la justicia, podrán conducir a la polis entera hacia su meta. Por último, la naturaleza laboriosa que los distingue destinará a los labradores, artesanos y comerciantes, a proveer el sustento de los miembros de la polis.
            La justicia, virtud suprema, es una virtud arquitectónica, ya que, poniendo a cada uno en el lugar que le corresponde y asignándole la función que le compete establece la cordinación de las tareas y el orden de la polis, convirtiéndola en un cosmos armonioso y completo. Esta justicia social no es entonces distinta de la justicia cósmica: así como el universo es un cosmos porque en él cada cosa tiene su función a cumplir conforme a su naturaleza, igualmente será un cosmos - no un caos - la polis, si se ajusta al mismo principio. El orden social no difiere del orden cósmico, el de las cosas.
            También Aristóteles considera que el hombre es por naturaleza un "animal político" (zoón politikón) y que quien pudiese vivir fuera de la polis sería un dios autosuficiente o un animal cuyas necesidades son tan pocas que puede bastarse a sí mismo. Pero siendo el hombre más que un animal y menos que un dios, está destinado por naturaleza a vivir en la comunidad.
            c) Implicaciones prácticas de esta idea del hombre:
            Cuando el hombre se piensa como parte del mundo acentúa su fraternidad con los seres del mundo, su compromiso y su misión de servicio en el seno de lo real.
            Una antropóloga expresa en estos términos la actitud ante lo real que encuentra en un pueblo de Nueva Guinea: "Para los arapesh, el mundo es una huerta que debe ser cultivada, no para uno mismo a fin de jactarse o enorgullecerse, guardar y luego practicar la usura sino para que los ñames, perros, cerdos y casi todos los niños puedan crecer". (MEAD, M. Sexo y temperamento, Paidós, p. 118). La tierra no pertenece a los hombres sino los hombres a la tierra, para labrarla y cuidarla.
            Un piel roja, jefe de la tribu Suwamish responde, en una carta muy difundida, al presidente norteamericano Franklin Pierce, que le propone comprar sus tierras: "El gran Jefe de Washington manda decir que desea comprar nuestras tierras... ¿Cómo podéis comprar o vender el cielo, el calor de la tierra? La idea nos parece extraña. No somos dueños de la frescura del aire ni del centelleo del agua. ¿Cómo podrías comprarlos a nosotros?... Esto lo sabemos: la tierra no pertenece al hombre sino el hombre a la tierra. El hombre no ha tejido la red de la vida, es sólo una hebra de ella... Todas las cosas están relacionadas como la sangre que une a una familia".
            Esta íntima unión del hombre con el mundo al que pertenece, engendra la convicción de que los actos humanos repercuten en la totalidad del cosmos. Así, en el prólogo de Edipo Rey de Sófocles, el sacerdote se lamenta: "La polis va muriendo en los gérmenes fructíferos de la tierra, en los rebaños bovinos que pastan, en los partos de las mujeres: todos terminan sin nacimiento". El parricidio y el incesto de Edipo repercuten sobre la realidad. Mientras la mancha no sea lavada, la vida está detenida. El hombre carga así con una responsabilidad que no sólo es personal sino cósmica.
            Esta actitud de compromiso venerante con lo real puede llevar al extremo de rechazar el trabajo de la tierra. Así, por ejemplo, un profeta hindú "aconsejaba a sus discípulos que no cavaran la tierra porque es un pecado - decía - herir, cortar, o desgarrar a nuestra madre común con los trabajos agrícolas... Me pedís que labre la tierra, ¿cogería yo un cuchillo para clavarlo en las entrañas de mi madre? (ELIADE, M. Manual de historia de las religiones, T. II, cap. VII).
            En nuestra época de despiadada destrucción de la naturaleza, las palabras de este hombre tienen el carácter de una sana advertencia.
            Pero esta postura que inserta al hombre en la tierra, sumergido y formando parte de ella, no vio el poder creador y transformador del hombre como dimensión esencial de la realidad humana. Acentuó siempre la pasividad. El lema era "vivir conforme a la naturaleza" y la actitud en que esta conformidad llega a su más alto grado es la quietud de la vida contemplativa.
            Veremos ahora como en la historia del pensamiento occidental se va operando un progresivo distanciamiento del hombre respecto del mundo. Este alejamiento ya se insinúa en la siguiente figura.
            2. El hombre como persona:


(El hombre se había pensado como parte del mundo. “veremos cómo, en la historia del pensamiento occidental, se va operando un progresivo distanciamiento del hombre respecto del mundo al que acompañará después una actitud de dominio sobre la naturaleza. Este distanciamiento se inicia ya en la figura siguiente”)

La nueva idea se va configurando en la Filosofía Cristiana Medieval en medio de disputas teológicas (Cristológicas y Trinitarias).
Debemos, ante todo, advertir que con bastante frecuencia, la reflexión filosófica se ejerce en estrecho contacto con otras áreas de la cultura y que, en consecuencia, no se la puede comprender correctamente si la desgajamos de este contexto.
Así, el pensamiento de los siglos XVII y XVIII mantiene un vínculo muy fuerte con las ciencias fisicomatemáticas que se están gestando y los pensadores, por ejemplo Descartes o Leibniz, son también hombres de ciencia.
En el siglo XIX,  y los ejemplos más notorios son Hegel o Marx, la filosofía se vincula estrechamente con las ciencias sociales y algunos de estos pensadores participan activamente en las luchas políticas.
Los filósofos medievales –San Agustín, San Buenaventura, San Alberto Magno, Sto. Tomás- no son fisicomatemáticos ni políticos comprometidos en las luchas sociales sino hombres de fe, miembros de la Iglesia o también individuos pertenecientes a comunidades monásticas. Y como todo hombre piensa a partir de lo que él es y del mundo en que vive, que  le propone el material y la orientación de su reflexión, es natural que no podamos comprender a estos hombres si los separamos de la tradición religiosa en que están insertos.
En este contexto de problemas se  va dibujando la idea de persona como distinta de la de naturaleza. Recordemos que, según Aristóteles, la naturaleza o esencia constituía el ser de un ente. Preguntar por el ser era formular la cuestión: esto que está aquí, ¿qué es? La definición, como respuesta a esa pregunta, expresaba esta naturaleza.
Ahora bien: si según la Doctrina Cristiana hay en Cristo dos naturalezas –divina y humana- cuando viene Cristo, ¿es uno o son dos –un Dios y un hombre- los que vienen? Y tratándose de la Trinidad, ¿cómo pueden ser tres –Padre, Hijo y Espíritu Santo- si todos tienen una misma naturaleza divina?
La resolución de estos problemas fuerza a una sostenida reflexión en torno al concepto de persona (La palabra latina persona era la traducción del término griego prósopon que designaba la máscara del actor teatral y que permitía reconocer al personaje. Ya se encuentra utilizada por tertuliano (+220) y aplicada a resolver el problema cristológico. Quasten, J. Patrología, Madrid, BAC, 1978. T.I. pp.  621/5.) y se dirá entonces que Cristo es uno porque es una persona que, en su caso particular tiene dos naturalezas. Inversamente, en la Trinidad encontraríamos tres personas que comparten una común naturaleza. Este concepto, más allá del ámbito teológico donde había nacido, servirá después para pensar al hombre.
¿Qué significa persona? Todo el medioevo utiliza la definición de Boecio: “Persona es una sustancia individual de naturaleza racional” (Boecio, De persona, Cap III, col. 1343 c-d  Persona est naturae rationalis individua substancia.).  Sto. Tomás añade: “La manera propia de existir de la persona es la más excelente de todas” (St. Tomás de Aquino. De potentia, q.9, a.3).
¿Quiénes son, en la totalidad de lo real, personas? No lo son, sin duda, ni los minerales, ni los vegetales, ni los animales irracionales. El mundo personal se inicia en el hombre y sigue  por las jerarquías angélicas hasta llegar a la Persona Divina. El hombre, en cuanto ser personal, se distancia de lo terreno y  habita en su mundo propio, el mundo espiritual de las personas.
Que el hombre, por su naturaleza, estaba llamado a un destino superior al de las bestias, fue claramente percibido por los antiguos griegos: la contemplación de lo divino, esa vida propia del sabio, era la fuente de la más plena felicidad. Pero la divinidad contemplada era una realidad trascendente y perfecta; la relación va del hombre a Dios pero no de Dios al hombre. “Los dioses no aman porque son perfectos” decía Platón (Platón, Banquete 202c )y el Acto Puro de Aristóteles sólo se piensa a sí mismo (Aristóteles, Metafísica. L. XII, 1072b; 1074 b30), vive de espaldas al hombre, fascinado  por su propia perfección. Es el hombre quien, como ser deficiente, se lanza en pos de lo divino tratando, mediante la contemplación, de participar de la plenitud de los dioses. Pero la relación no es recíproca. Lo divino permanece eternamente en su silenciosa y distante majestad.
El Dios cristiano es, en cambio, un ser volcado hacia el hombre a quien ama y con quien mantiene un permanente diálogo. Para el hombre, ser persona significa pertenecer a este mundo dialógico de lo espiritual.(Este carácter dialógico considerado como la esencia del ser personal  será desarrollado por los personalismos  contemporáneos).
Detengámonos a considerar algunos rasgos de la persona humana. Su perfección y excelencia residen en que la autonomía y unidad que caracterizan de modo analógico a toda sustancia, se realizan allí en su más alto nivel porque la persona es capaz de reflexión total sobre si misma (reditio completa, Sto. Tomás de Aquino, De Veritate, I, 9)  No sólo es un ser en sí sino también un ser para sí, no sólo existe como  una sustancia individual sino que sabe que existe y quién es. Este autoconciencia será el rasgo primordial de la persona en la Filosofía Moderna.
En cuanto a la unidad debemos observar que si bien todo lo que es, es  uno, según la filosofía tradicional, esta unidad es analógica y nos aparece  en diferentes grados. En las cosas inanimadas, es mera reunión de partes separables. En los vegetales ya hay un principio interno de unidad pero un gajo separado suele ser capaz de vivir, crecer y reproducirse. La unidad se hace más fuerte en los animales en los que ninguna parte puede sobrevivir separada del todo al que pertenece. Esta unidad alcanza su perfección en las sustancias espirituales donde ya no hay partes que se pudiesen separar.
Pero además la persona, por su autoconciencia experimenta esta unidad, se conoce y está referida a sí misma. De aquí resulta su autonomía: se mueve a sí misma por lo que su inteligencia juzga verdadero y su voluntad desea como bueno. Aquí está la fuente de la libertad de la persona.
Todas estas notas confluyen en la evidencia de que el  hombre, como persona, ya no es más algo en el seno de la naturaleza sino que la trasciende,  no es meramente un individuo dentro de una especie sino que, como alguien, es un yo único e irrepetible, dotado así de un valor absoluto y en relación personal con Dios que también habla en primera persona.
Esta progresiva valorización del yo individual en el pensamiento medieval nos va distanciando de la cosmovisión clásica y nos encamina hacia la modernidad. 
Tanto en Platón como en Aristóteles hay un privilegio indubitable de lo universal. El ser de un ente es su esencia o forma y esta forma es universal. De manera que los miembros de una especie son, en el fondo, “lo mismo”. Sólo los accidentes vinculados a la materia en que se realiza esta forma, los distingue entre sí, constituyen el principio de su individuación. Estas diferencias son de carácter accidental y, por tanto, superficial. Llevada la cuestión al terreno de la realidad humana debemos decir que el yo  en el pensamiento clásico, es una apariencia fugaz.
El hombre, para Platón, es el alma (Platón, Alcibiades, 130a) y ésta transmigra y se encarna en diferentes cuerpos (Platon, Fedón. 86e-88b Aquí, uno de los personajes, Cebes, compara al alma con un tejedor se va confeccionando diferentes vestidos y los abandona cuando están gastados.). Esta alma es lo que hay de inmortal en Sócrates, pero no es Sócrates. Sócrates es una persona  sólo en el sentido de máscara y disfraz que el alma usa y de la cual se despoja con la muerte. Lo valioso del hombre es lo que en él hay de divino, pero eso no es el yo. (Esta misma idea encontramos en la espiritualidad de la India. “Tu eres Eso”, “El atman es Brahma”. El fondo del yo es lo Absoluto. Cuando llegamos a saberlo estamos salvados del dolor de la vida y  de la mortalidad que sólo afectan a esa ilusión que es el ego).
El pensamiento cristiano, en cambio, va privilegiando el valor de lo individual. Esto llega, con Duns Scoto, a la afirmación de una forma individual, la haecceitas (“estidad”)  propia de cada hombre. Llegados a este punto la especie humana no es más un dato, algo real, es un nombre colectivo o, tal vez, pensado con categorías actuales, un logro histórico y moral: se va constituyendo a partir del reconocimiento del otro, de la intersubjetividad y del amor.
Esta especial dignidad del hombre como un yo se vio reforzada por una idea que comienza a esbozarse entre los Padres Griegos y que a través de sucesivos desarrollos permanece  vigente como contenido de la Doctrina Cristiana Tradicional. Enunciada brevemente y según el lenguaje de la teología clásica,  diría lo siguiente: yo he recibido de mis progenitores por generación la vida  vegetativa y sensitiva, pero el alma intelectual (espiritual) por la cual un hombre es un ser humano, es una especial creación de Dios en cada caso.
Esta creencia tiene una importantísima consecuencia: un día Dios decidió crear el universo y si decidió crearlo es porque concibió el universo como algo bueno y que debía existir. Pero otro día decidió crearme a mí –a cada uno de nosotros, no a la especie humana sino a cada individuo en particular. Producto de una especial creación, de un designio deliberado e inteligente, cada uno de nosotros, cada yo, sin importar sus cualidades y capacidades, aparece revestido de un valor absoluto, en tanto querido por Dios como algo bueno y que debía existir. (Lo anterior está expresado en un lenguaje demasiado “objetivante” y simplificador, inadecuado para referirse a lo sagrado, pero nuestro interés aquí es tan sólo marcar el valor de la persona en el pensamiento cristiano. Una exposición más moderna y que se sirve de un lenguaje kantiano se puede leer en el tratamiento que hace del tema K. Rahner en: Mysterium Salutis. Manual de Teología como historia de la salvación. Cristiandad Madrid 1969. P. 656. )
Esta idea opera subterráneamente en el pensamiento occidental y se revela con toda su fuerza y en todas sus consecuencias en la valorización moderna del yo como sujeto libre. Constituye un importante ingrediente de lo que hoy se  acostumbra a llamar el concepto cristiano-burgués del hombre.
El hombre adquiere así una dignidad especial. Ya no es, simplemente parte del mundo. Más bien, el mundo irá apareciendo como algo hecho para el hombre que, en tanto persona, trasciende todo lo natural (Aclaremos, sin embargo, que este personalismo cristiano, sobre todo en sus implicaciones éticas, recién encuentra un desarrollo pleno en el pensamiento contemporáneo después de que la filosofía cristiana hubo asumido los logros del pensamiento moderno. Ver al respecto, Gilson., E. El tomismo, pp.421-424 y El espíritu de la Filosofía Medieval, cap. 10 y la réplica de Leclerq, J. La philosophie morale de Saint Thomas devant la pensée contemporaine, Lovain, 1955, pp.200-205-).
Pero si por aquí el hombre adquiere un status único que lo distingue de la naturaleza, todavía no se contrapone a ella como veremos más adelante cuando asume frente al mundo una actitud hostil y explotadora. La idea de creación sustenta una solidaridad entre todos los seres, ya no hijos de la Madre Tierra pero aún hermanos en cuanto hijos del Padre que está en los Cielos. Esta fraternidad universal inspira el Cántico de San Francisco de Asís.
“Loado seas Señor mío, con todas tus criaturas, especialmente nuestro hermano Sol, que nos da la luz y el día. Bello, esplendoroso y radiante da testimonio de Ti. Loado seas, Señor mío, por la hermana Luna y las Estrellas. Claras, bellas, preciosas, las formaste en los Cielos.”
Y así continúa  la alabanza por el viento, el agua, el fuego, pero cuando llega a la tierra:
“Loado seas Señor mío, por nuestra hermana, la Madre Tierra, que nos nutre y sostiene y produce frutos diversos, hierbas y pintadas flores”.
En la emoción del santo, la tierra, aunque hermana, conserva todavía la dignidad materna que tuvo en el pensamiento arcaico.

            3. El hombre como sujeto
            Es la figura del hombre que se constituye a partir del Renacimiento.
            Empecemos por aclarar algunos términos. Hoy es habitual, en el lenguaje de la filosofía y la psicología, llamar al hombre sujeto y a los entes del mundo, objetos. Ambos términos - subiectum, obiectum - provienen del lenguaje técnico de la filosofía medieval. Retrocedamos entonces un poco en el tiempo.
            El término subiectum era la traducción del vocablo aristotélico hypokeimenon con el cual Aristóteles designaba lo real en cuanto es algo que permanece como soporte de cualidades y propiedades. El término subiectum era entonces sinónimo de substancia o res, es decir: cosa. Subiectum es entonces tanto el hombre como una piedra o una planta. Es decir, es cualquier cosa real . (Todavía usamos la palabra en este sentido en gramática: "El sujeto de la oración es la persona o cosa de la cual se habla". Por eso el sujeto se expresa regularmente con un sustantivo).
            El término obiectum, en cambio, designa lo real pero en tanto correlato de una potencia humana: esta mesa, que en sí es un sujeto - algo real - puede ser objeto de mi conocimiento o de mi deseo. Dicho de otro modo: cuando la pienso como sujeto quiero decir que es en sí algo real, con total independencia de mí. Como objeto, en cambio, es algo que depende del hombre - del conocimiento o del deseo humano. El objeto no es en sí sino en relación, dependiendo del hombre.
            Vamos ahora al pensamiento moderno. El hombre es sujeto, quiere decir que en sí es algo real. El mundo es objeto, quiere decir que sólo es lo que es en relación con el hombre, dependiendo del hombre. Se opera al mismo tiempo, en el período que va de Descartes a Kant, la exaltación del hombre y la degradación del mundo.
            El hombre moderno se autoafirma entonces como sujeto seguro de sí y al mismo tiempo establece una distancia respecto del mundo. La nueva actitud ante el mundo es de hostilidad y explotación. Exponiendo Descartes sus intenciones profundas dice en la 6a Parte de su Discurso del Método más o menos así: "Queremos lograr una ciencia que gracias al conocimiento de los secretos de la tierra, el agua, el aire y el fuego, nos convierta en amos y señores de la naturaleza".
            Gracias a esta ciencia, que ya es tecnología, el hombre moderno hace la experiencia de su poder. El mundo deja de ser el Hogar o la Madre Venerada para convertirse en materia prima sobre cuya base, mediante la técnica, el hombre crea un nuevo mundo conforme a sus deseos.  El principio de la ética clásica fue el de " vivir conforme a la naturaleza". Ahora el principio se invierte “ hacer la naturaleza conforme a nuestros deseos”.
            La luz eléctrica nos libera de los ciclos día-noche. El aire acondicionado, del ciclo invierno-verano.            La dinamita y las topadoras transforman el paisaje. El hombre moderno hace así la experiencia de su libertad. Recordar también el desarrollo de esta libertad en el campo político. Así como trata de dominar la naturaleza mediante la ciencia y la tecnología, también tratará de dominar el poder político mediante las nuevas instituciones como el parlamento y el sufragio universal. De ese modo convertimos al antiguo monarca, dotado de un poder absoluto, en un simple mandatario destinado a realizar nuestros deseos.
            En lugar de someterse al mundo somete el mundo a su voluntad. El sujeto moderno es, ante todo, un yo quiero, es voluntad no contemplación del mundo. La realidad, cada vez más, aparece como su propia obra. Esto vale inclusive para su propio ser: se dota de alas y vuela, se fabrica escafandras y vive bajo el agua.
            Este proyecto de una libertad incondicionada aparece soñado, por primera vez, en un curioso personaje del Renacimiento, el conde Giovanni Pico Della Mirandola (Siglo XV). Para la inauguración de un congreso de sabios, que nunca se llevó a cabo, había preparado un escrito que tituló: "Discurso sobre la dignidad del hombre".
            Pico Della Mirandola parte de un supuesto, para él indubitable: el hombre es la más extraordinaria de las creaturas. Sólo interesa aclarar por qué es así. Después de descartar por insuficientes las opiniones de todos los que han alabado al hombre nos da su respuesta en la forma de un mito literario acerca de la creación.
            Dios ha decidido crear el mundo. Conforme a sus ideas arquetipos, va plasmando todos los seres, otorgándoles las cualidades de que han menester y fijándoles con su naturaleza un lugar en el universo.
            Cuando llega el momento de crear al hombre encuentra Dios que ya ha empleado todas las ideas que tenía y no encuentra ni naturaleza que asignar al hombre ni lugar disponible en el mundo donde ubicarlo. Decide entonces crearlo con una naturaleza indefinida pero esto le obliga a explicar al hombre las ventajas de esta deficiencia.
            Le dice Dios, después de haberlo creado: "Oh Adán, no te he dado ni un lugar determinado, ni un aspecto que te sea propio ni una prerrogativa peculiar con el fin de que poseas el lugar, el aspecto y la prerrogativa que conscientemente elijas y de acuerdo con tu intención obtengas y conserves"... "te determinarás según tu arbitrio a cuyo poder te he consignado". El hombre, entonces, no tiene naturaleza sino libertad. Su ser habrá de consistir en su propia obra. En función del principio Pico Della Mirandola nos exhorta a desear lo más alto porque "... con quererlo, lo obtendremos". La ambición sin límites, pecado para el pensamiento antiguo, se convierte ahora en la virtud fundamental.
            El hombre moderno hace así la experiencia del poder y la libertad. Pero también, la de la distancia y la soledad. Ante todo, respecto del mundo pero también respecto del prójimo. El hombre moderno crea el individualismo competitivo. La misma relación hostil y explotadora que ha establecido con el mundo la traslada a su relación con los otros seres humanos. Así hace la experiencia de la soledad radical.
            Podríamos decir entonces que el hombre moderno es un sujeto libre, poderoso, distante y solitario.
            4. La reacción objetivista
            En el siglo XIX se intenta una nueva reintegración del hombre a lo real. Ésta se manifiesta de dos modos: a) La visión romántica. El más alto representante es Hegel. Frente a la concepción liberal de los hombres según la cual éstos son subjetividades autónomas y autosuficientes, Hegel ve siempre a los seres humanos como parte de un pueblo histórico, compartiendo un destino común y un espíritu nacional. Este espíritu que convoca a los hombres constituye el fundamento de todas las creaciones valiosas. El ser profundo del hombre no es el ser individual sino el pueblo al que pertenece: ser hombre es ser griego, alemán o francés. Marx continúa esta idea antiliberal del hombre pero la comunidad a la cual, según él, un hombre pertenece no es la comunidad nacional sino la clase internacional. Así el ser profundo de un hombre será su ser burgués o proletario. b) La visión naturalista:. Empecemos por ese conjunto de ideas que podemos colocar bajo el rótulo de darwinismo. Éste insiste en recordar al hombre que es un primate, resultado de la evolución, que forma parte de la naturaleza, inserto en el río de la vida.
            Pero este reingreso del hombre a lo real no restaura la fraternidad fundada en la Madre Tierra o el Padre de los Cielos. Se hace en nombre de la naturaleza tal como la concibe la ciencia moderna: el conjunto de las cosas ligadas por relaciones mecánicas de causalidad.
            Decir que el hombre forma parte de la naturaleza quiere significar que es una cosa, no ese supuesto "espíritu pensante" que había exaltado Descartes.
            En este sentido es interesante Lamettrie (Siglo XVIII) que contra Descartes había escrito un libro titulado: El hombre máquina. Descartes había sostenido que, a diferencia del hombre, espíritu pensante, los animales son meras máquinas cuyos movimientos resultan de las causas que operan sobre ellos. El "hombre máquina" quiere decir ahora: el comportamiento del hombre está determinado causalmente como el de cualquier otro animal. El sujeto libre y responsable es una ilusión.
            Podemos mostrarlo también en un ejemplo de gran influencia hasta nuestros días: el Positivismo de Comte. Este autor propone una clasificación de las ciencias según su mayor o menor complejidad. Así se suceden las matemáticas, la astronomía, la física, la química, la biología y la sociología. ¿Por qué no aparece la Psicología que esperaríamos hallar entre la biología y la sociología? Porque no hay ningún objeto real a estudiar que sea la subjetividad. Los fenómenos psíquicos , o son biológicos, como los instintos y las emociones o son sociales, como las formas de pensamiento o los hábitos morales. De manera que la subjetividad se disuelve en esa "cosa" que es el cuerpo o esa "cosa" que es la sociedad. (Recordemos de paso que Comte considera a la sociología como una física social).
            La reacción objetivista ha operado así, con la excusa de reintegrarlo a lo real, la cosificación del hombre.
            5. La problemática contemporánea:
            Los textos contemporáneos referentes a la condición humana son, casi sin excepción, lúgubres y pesimistas. ¿Dónde encuentran la fuente del sufrimiento humano? Dos notas, aparentemente excluyentes, parecen definir la condición humana actual: masificación y soledad. En estas dos notas se concentran las figuras del hombre nacidas a partir del Renacimiento.
            Empecemos por la masificación. Cuando el hombre se autoafirmó como sujeto libre, reveló la naturaleza como materia prima al servicio de su "voluntad de poder". Las cosas valen y son en la medida en que sirven para las empresas humanas. Y todo aquello que perturba estas empresas, sin piedad, es suprimido, como se dinamita la montaña que impide el trazado del camino o se deseca el lago considerado pernicioso. Las cosas no son más que útiles al servicio de la voluntad de poder humano.
            Pero, según la reacción objetivista, el hombre forma parte de la naturaleza. Luego, como las cosas, su valor reside en la utilidad que preste; "ser" para el hombre es funcionar eficazmente como engranaje de la gran maquinaria social.
            Y así como hay recursos naturales que se calculan, preparan y emplean, también hay recursos humanos calculables, empleables o desechables. El yo desaparece como realidad autónoma para identificarse con la función que cumple. Las relaciones interhumanas dejan de ser relaciones personales para convertirse en relaciones de función a función. Cada hombre es una pieza en la gran maquinaria del mundo.
            Pero si insatisfecho por la despersonalización y anonimato de esta reducción de mi ser a una función quiero recuperar mi yo y mi libertad ¿qué camino me queda? El rechazo del mundo. Pero entonces encuentro esa libertad que descubrió Pico Della Mirandola y que ahora comprendemos plenamente: ser libre es no ser nada, estar a distancia de todo. La libertad es la soledad a distancia del ser. Es la libertad que analiza Sartre en "El ser y la nada". El hombre es absolutamente libre pero, precisamente por eso, "está demás en el mundo".
            La idea del hombre en el pensamiento posmoderno será tema de una ficha especial.

           






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