martes, 21 de junio de 2011

La Concepción Aristotélica de la Realidad

Introducción a la Filosofía y a las Ciencias Sociales
Cátedra I


LA CONCEPCIÓN ARISTOTÉLICA DE LA REALIDAD:
NOTAS INTRODUCTORIAS


Dr. Jorge R. De Miguel


Aristóteles y Platón: críticas y coincidencias
Platón y Aristóteles desarrollaron dos grandes sistemas de pensamiento que pretendieron dar respuesta a toda la problemática filosófica nacida con los jónicos en el siglo VI a.C. y elaborada a lo largo de casi doscientos años. Puede decirse que construyeron la tradición filosófica griega anterior, destacando lo que, a juicio de ellos, eran sus logros y sus deficiencias. Al hacerlo, filosofaron teniendo en cuenta todo el pasado del saber que había reemplazado al mito y propusieron teorías más completas y complejas que sus antecesores.
En buena medida, compartían una misma visión del mundo y del lugar del hombre en él. Las principales coincidencias entre ambos filósofos podrían especificarse así:
* Tomaron de los sofistas la preocupación por lo humano, pero, como Sócrates, creían que es preciso no abandonar la reflexión sobre lo universal, que es el marco cósmico dentro del cual el hombre puede ser mejor comprendido.
* Contra algunos sofistas, defienden la necesaria distinción entre la ciencia (episteme) y la opinión (doxa), de modo que el conocimiento humano no quede aprisionado en los intereses y las circunstancias particulares. Así, procuran salvar al conocimiento científico del relativismo y el subjetivismo del discurso destinado a la discusión pública, tal como Protágoras y otros lo presentaban.
* Tras la huella socrática, afirman que el saber científico tiene como objeto el universal, la esencia de las cosas, no lo individual y separado, y que dicho universal puede ser captado en conceptos. Quiere decir que conocer las cosas particulares, por ejemplo, este hombre o este árbol, sólo es posible en tanto descubramos las notas universales del ser hombre o el ser árbol y, además, podamos avanzar hacia las razones objetivas por las cuales dichas cosas son como son. De modo que tener un concepto de algo es poseer mentalmente la esencia de ello, reproducir en el pensamiento lo que la cosa verdaderamente es.
En suma, para Platón y Aristóteles, lo real no es algo que el hombre construye ni hace aparecer en el discurso, sino algo que se descubre en la medida en que participamos del orden de la naturaleza, que engloba a todas las cosas, y logramos captar racionalmente sus principios. Dicho orden posee una estructura finalista, esto es, está dirigido a un fin, que es la realización del todo y de cada una de sus partes. Así, cada ente particular, entre ellos, el hombre, se realiza en tanto cumple la función que tiene asignada en el cosmos.
Sin embargo, dentro de este campo común de intereses, ambos filósofos diferían en aspectos sustanciales de sus respuestas teóricas. Frecuentemente, tales desacuerdos suelen ser interpretados de un modo exagerado, ubicándose a Platón entre los pensadores idealistas, preocupado por un mundo de ideas ajeno a las cosas, y a Aristóteles, como quien recondujo la reflexión hacia la realidad sensible. Esta simplificación no rinde debida cuenta de la problemática profunda que ambos abordan, ni mucho menos, permite comprender el valor filosófico de las perspectivas que cada uno de ellos ofrecía. Las principales diferencias pueden ser resumidas así:
* El “lugar” de la esencia universal: tal es el aspecto más general de la crítica aristotélica a Platón. Para éste, la verdadera realidad se compone de “ideas”, esencias universales de las cosas particulares, que integran el llamado “mundo inteligible”. Las ideas son entes reales, independientes de las cosas, necesarios, inmutables y de naturaleza inmaterial. Se distinguen así de los entes del “mundo sensible”, que son materiales, contingentes y están sometidos al movimiento. En la medida en que dependen de las ideas, las cosas sensibles poseen un grado de ser inferior; son copia e imitación de aquéllas sin que nunca puedan realizarlas plenamente. Platón propone, pues, la separación entre lo universal y lo particular. En consecuencia, los conceptos que nos formamos de las cosas particulares pueden ser universales, tal como sostenía Sócrates, porque se corresponden con una realidad en sí misma, las ideas, preexistente al conocimiento y a las cosas, y que ya ha sido intuida por nuestra alma antes de ingresar al cuerpo. Ello convierte al acto de conocer en un acto de recuerdo de la esencia universal que ya poseemos como patrimonio innato del alma.
El cuestionamiento de Aristóteles a la teoría platónica de las ideas iba dirigido, principalmente, a dicha separación entre lo inteligible y lo sensible. No implica, por tanto, una supresión del “mundo de las ideas”, sino una reubicación de lo universal, de aquello por lo cual una cosa es lo que es. Que lo universal sea postulado como un ente separado de la cosa sensible, señalaba Aristóteles, obliga a abordar el problema de la relación entre ambos, sin duda, un punto débil de la metafísica de Platón. Las afirmaciones acerca de la imitación o la participación de las cosas en las ideas tienen poco de conceptuales y no rinden cuenta de cómo efectivamente lo universal opera sobre los entes particulares. Para Aristóteles, una comprensión más exacta es posible sólo si se reúnen en la cosa sensible lo universal y lo particular y, por tanto, si se suprime toda separación. Su metafísica será, entonces, el diseño teórico que permite entender cómo las cosas particulares sometidas al devenir contienen los principios universales que las explican y las hacen objeto de ciencia y no de mera opinión.
* La génesis de las cosas: como una derivación de la crítica anterior, Aristóteles hacía ver que la teoría de las ideas no puede explicar cómo se originan las cosas en la naturaleza, es decir, el proceso por el cual algo nace, se desarrolla y muere. En el diálogo Fedón, Platón, por boca de Sócrates, afirmaba que la causa de la belleza de una cosa no es su color brillante ni el atractivo de su forma, ni nada que esté en su aspecto físico, sino, exclusivamente, la participación en la idea de belleza. Las primeras son condiciones necesarias, pero no son la verdadera causa del ser de la cosa. Con esta respuesta, queda claro que la acción de un fenómeno sobre otro en la naturaleza (por ej., la tierra sobre la semilla para producir la planta) no implica, para Platón, una relación de causalidad; ésta sólo puede hallarse en una suerte de fuerza divina, que sólo la inteligencia puede intuir, y que deriva de las ideas, las cuales operan así como motor y, al mismo tiempo, como finalidad de la cosa.
Esta relación causal entre las ideas y las cosas es, para Aristóteles, confusa e incontrolable, pues recurre a metáforas o palabras vacías de sentido como la “participación”. El problema es de qué manera las ideas, un universal que no está en la cosa y que es inmutable e inmaterial, puede originar un ente sensible, material y sometido al movimiento. Por ejemplo, para que exista una casa no basta la idea de casa, sino que es preciso que haya un constructor que la esboce y utilice ladrillos y otros materiales para concretarla. Tampoco una planta crece a partir de su idea, sino de una semilla de otra planta de su especie que, puesta en un ambiente adecuado, se desarrolla hasta desplegarla. Aristóteles no descree de la acción de lo universal para que lo particular aparezca, pero sostiene que ello no podría acontecer si se lo postulara como un ente separado de las cosas. Su posición es, más bien, que las cosas se explican por un complejo de causas, no tan solo por el influjo de la esencia universal, lo cual permite entender mejor el ser y el devenir de los fenómenos naturales y de aquellos objetos que el hombre construye.
La “filosofía primera” y las ciencias particulares
La perspectiva aristotélica acerca de que la realidad natural, incluida la humana, se integra con sustancias individuales en las que lo universal y lo particular se encuentran reunidos deriva en una visión algo diferente a la de Platón acerca de la ciencia. Para éste, sólo puede haber ciencia de lo absoluto, de lo universal y necesario y no, por tanto, de las cosas sensibles móviles y contingentes. Aristóteles, en cambio, al presentar a la cosa particular como un ente dotado de esencia y finalidad en sí mismo, hace posible concebir un conocimiento científico de los seres naturales, aún cuando su característica fundamental sea estar sometidos al movimiento. De ese modo, el saber racional, la filosofía, puede ser desglosado en una “filosofía primera” y “filosofías segundas”. Éstas serían lo que hoy llamamos ciencias particulares, por ejemplo, la física, la matemática, las cuales se ocupan de un tipo de objetos, ya sea los fenómenos naturales, las magnitudes o las figuras geométricas. Pero, en la medida en que la naturaleza es concebida como un cosmos organizado a partir de principios generales y fines últimos, es preciso que haya una ciencia que se refiera a ellos. Tal es, para Aristóteles, el ámbito de la “filosofía primera”, la ciencia del ser en cuanto ser, de lo más general del ente, de aquello que no puede ser parcializado en una ciencia particular, pues comprende los principios fundamentales de la realidad abordada como una totalidad. La filosofía primera de Aristóteles fue denominada “metafísica” luego de su muerte, en ocasión de hacerse la recopilación de sus obras. Pero lo que importa señalar es que la metafísica y el resto de las ciencias componen para aquél un conjunto único de saber sobre lo real, con la debida jerarquía a partir de la “filosofía primera” por ocuparse de los primeros principios de toda la realidad de los cuales dependen las “filosofías segundas”.



Cuestiones fundamentales de la metafísica aristotélica
La sustancia:
Aunque, sin dudas, fue Parménides el descubridor de los principios bajo los

El cambio y sus causas

1 comentario:

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